21-11-2010
Sonoridades celestes
Norma Ávila
La conferencia que el Premio Nobel de Física 2006 George F. Smoot ofreció recientemente en la Sala Nezahualcóyotl para cerrar el XIX Congreso de Relatividad General y Gravitación (GR19), y la nota que publicó al respecto en este medio el doctor Alejandro Frank, detonó en quien esto escribe el deseo de sumergirse entre partituras y constelaciones, el Timeo o de la naturaleza, de Platón, y los terremotos solares, la música de las esferas y John Cage, debido a que Smoot incluyó fragmentos de las composiciones realizadas por el compositor Mickey Hart, quien ha “traducido” las ondas de luz emitidas por una supernova y otros cuerpos estelares en ondas de sonido. Hart ya presentó su trabajo en Playa del Carmen en enero de este año, como parte de la Conferencia de Cosmología en la Playa organizada, entre otras instituciones, por el Centro de Física Cosmológica de Berkeley, fundado por el mencionado Premio Nobel.
El afán de relacionar la música con el espacio sideral no es nuevo: en el Timeo o de la naturaleza, Platón señaló la existencia de un sistema armónico del universo que, de acuerdo con el investigador Bruce Stephenson, sugiere la posibilidad de medir las distancias entre los siete círculos de los cinco planetas conocidos en ese entonces, la Luna y el Sol, por medio de intervalos sonoros. Ejemplo, entre el Sol y la Luna habría un octavo de tono, y entre Venus y Mercurio, un cuarto.
En el siglo II, en su tratado Harmonics, Ptolomeo comparó los desplazamientos de los planetas con los movimientos musicales de una partitura y asignó notas a los planetas. Trescientos años más tarde, el filósofo Boethius en De música, dividió esta disciplina en mundana –la armonía de las esferas celestes–; humana –relacionada con la simetría entre el cuerpo y el alma–; e instrumental –la música como tal–, lo que permitió identificar la idea de un orden tonal y armónico con la perfección divina. El concepto de consonancia no sólo hacía referencia al ámbito de lo estrictamente tonal, sino al de lo moral, asegura José Luis Castillo, director de orquesta. Si La consagración de la primavera se hubiera interpretado en esa época, Stravinsky hubiera sido excomulgado de inmediato.
El descubrimiento de Johannes Kepler (1571-1630) acerca de las órbitas elípticas de los planetas, le permitió revivir un antiguo planteamiento pitagórico al señalar que los cuerpos celestes no emitían un solo tono, como antes se pensaba (monofonía), sino varios (polifonía), voces “determinadas por sus velocidades máximas y mínimas”, según se cita en Celestial Treasury. Dentro de un marco intuitivo-esotérico, más que científico, en Harmonice mundi el astrónomo alemán enfatizó: “La Tierra canta las notas C (do), D (re), C (do), de donde debemos conjeturar que en nuestro mundo prevalece la Calamidad y el Desastre.”
Llama la atención que antes de escribirlo, Kepler leyó el Diálogo de la música antigua y moderna, de Vincenzo Galilei, padre de Galileo, quien planteó a la música monofónica como superior a la polifónica, posición contraria a la de Kepler. Entre otras razones que llevaron a Galilei a esa conclusión, está el hecho de que en los sigloXVI y XVII, cuando se interpretaba un motete, el tejido contrapuntístico en el que las voces se entrelazan a favor de una textura sonora difícilmente permitían identificar el texto religioso, explica José Luis Castillo. El compositor italiano y sus colegas cultivaron la monofonía, que culminó con la primera ópera dramática, Orfeo, de Monteverdi.
El sacerdote alemán Athanasius Kircher (1602-1680), en su Musurgia universalis (del extraño impacto y efectos de las consonancias y disonancias), planteó a Dios como un organista e hizo un paralelismo entre los seis registros de este instrumento, con los días de la creación. Asimismo, dividió en octavas las diferentes zonas del cielo y la Tierra. El anhelo por encontrar hilos que unen a la música con el cosmos ha continuado como un detonante para escribir textos y partituras. Ejemplo de estas últimas se interpretaron en el Año Internacional de la Astronomía.
UNIVERSOS COMPARTIDOS
“Ya inició el concierto y la gente no se ha dado cuenta”, me comentó la pianista méxico-estadunidense Ana Cervantes, mientras observábamos a los músicos caminar alrededor de las hileras de bancas del Templo de la Compañía al mismo tiempo que interpretaban la primera pieza. El público asistente a una actividad más del Festival Internacional Cervantino 2009 seguía platicando o leyendo, esperando a que los integrantes del Ensamble Ehecalli pasaran al frente y saliera el director –José Luis Castillo– para iniciar el concierto. Aproximadamente diez minutos después, el público se percató de lo que sucedía y guardó silencio para escuchar el programaUniversos compartidos.
Uno de los objetivo de esa sesión sonora fue “envolver al público con la música, tal como se hacía en las Plazas de Florencia durante el Renacimiento”, explica el conductor. Además, los constantes desplazamientos, tanto de los ejecutantes como de Castillo, semejaban planetas siguiendo su órbita alrededor de su estrella, que a la vez se movía dentro de una galaxia.
Este programa incluyó Atlas Eclipticalis (1961), de John Cage. “A una partitura trasladó la imagen en negativo de un mapa celeste y, de acuerdo con las coordenadas de las estrellas, otorgó la altura de las notas; el brillo lo traspoló a la intensidad musical y la dimensión de esos cuerpos la convirtió en la duración del sonido”, informa el entrevistado. Algunas particularidades de esta pieza son su duración indefinida –el director decide cuándo concluirla– y que puede ser ejecutada por uno u ochenta y seis intérpretes.
En otra obra no incluida en el programa, 32 Estudios Australes (1974-75), Cage también utilizó la detección de las posiciones de las estrellas rojas, azules, verdes, naranjas y amarillas registradas en los mapas celestes. Al crítico José Antonio Alcaraz le señaló el origen de ese método para componer: “Tal como acabo de explicártelo: Erik Satie [...] dijo que la música era simplemente puntos y rayas. Con la llegada de la notación gráfica y de la cinta magnética, en la que tiempo iguala a espacio, todo lo que se necesita son los puntos, y los mapas de las estrellas son ideales para eso.”
Una estructura sonora que también busca la conjunción música-cosmos (aunque en este caso desde un punto de vista esotérico), y que sí formó parte de Universos compartidos, fue Zodiaco (1975), de Karlheinz Stockhausen. En ésta, el enviado de Siryo (la estrella más brillante de la Vía Láctea), como se autonombraba, creó doce melodías, cada una marcada por una nota, por ejemplo Virgo en la sostenido y Escorpión en do. Stockhausen dejó la instrucción de que la obra se inicie con la melodía correspondiente al signo del zodiaco del día en que se realice el concierto.
Ligeti y Xenakis son otros de los creadores de puntos y rayas que trataron de escuchar las voces de los números relacionadas con las partículas estelares.
LAS SONORIDADES CELESTES Y LAS SUPERCUERDAS
Además de continuar con sus investigaciones en el área de la cosmología, George Smoot y Keith Jackson, especialista en cómputo del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, actualmente proveen de información a Mickey Hart, percusionista de la banda Grateful Dad y ganador de un premio Grammy, quien trabaja en la grabación Ritmos del universo, construida a partir de los sonidos del cosmos, desde el Big Bang, hasta nuestros días.
Algunas de sus musas son los registros obtenidos por la sonda Wilkinson Anisotropy Probe (WMAP), que capta las microondas cósmicas, o los resultantes del experimento Nearby Supernova Factory, a través del cual se han analizado los componentes de las supernovas –explosiones de estrellas gigantes. Lo que hace Jackson en lenguaje computacional es convertir las ondas de luz (espectro electromagnético) propagadas por la supernova, en ondas de sonido. Después, utilizando un Interfaz Digital de Instrumentos Musicales (MIDI, por sus siglas en inglés), Hart altera los sonidos, por ejemplo, a través de eco, reverberaciones o ajustes de tono.
Otro ejemplo del binomio partitura-estrellas sucedió en 1991. Un recinto parisino se convirtió en la caja acústica de los sonidos del cielo: el compositor francés Gérard Grisey, presentó Le Noir de l’Étoile para seis instrumentos de percusión, banda magnética y la retransmisión, in situ, de los pulsos de radiación electromagnética propagadas por el pulsar Vela (estrella de neutrones que emite once pulsos cada segundo) y el 0329+54 (que los propaga cada 0.71452 segundos). Los pulsos fueron registrados por un radiotelescopio y retransmitidos en ese momento a la sala de concierto, en donde se constató “su invariable ritmo, semejantes a metrónomos celestiales [que] guiaban las manos de los intérpretes aquí en la Tierra”, narran Marc Lachieze-Rey y Jean-Pierre Luminet, autores de Celestial Treasury. En las notas del programa, Grisey aseguró: “Los pulsares determinarán no sólo los diferentes temposo ritmos de Le Noir de l’Étoile, sino también la fecha y hora exacta de esta presentación”, refiriéndose al momento ideal de la ejecución: cuando esos emisores del fa o el mi cósmicos, pasan sobre nuestro planeta y pueden ser escuchados.
En la Universidad de Sheffield, un equipo de físicos solares ha grabado la música de Tonatiuh, detonada por vibraciones provenientes del interior de la atmósfera solar. Han detectado cómo se han ido modificando sus patrones rítmicos, lo que se refleja en el comportamiento de las gigantescas protuberancias solares. Alejandro Frank, director del Instituto de Ciencias Nucleares de la UNAM, explica que no es posible escuchar esas vibraciones tal cual porque son emitidas en registros muy bajos. “Además, está el vacío interestelar, que no nos permite oír. Por lo tanto, se transforman en señales que se interpretan como sonidos dentro del rango que somos capaces de oír. Esos estudios ayudarán a entender, entre otros procesos físicos, por qué el último ciclo de Sol –que comprende un período de once años–, fue más largo. Los especialistas registran las fluctuaciones de las ondas sísmicas que se manifiestan en el plasma solar, las grafican y analizan los cambios.
Compara esa investigación con el análisis que algunos especialistas han hecho de las ondas sonoras que emergen del interior de la Tierra durante los terremotos.Escuchar el Universo es una manera de entenderlo”, enfatiza.
Los autores de Celestial Treasury apuntan que una especie de armonía universal debe ser encontrada para las modernas teorías de la física, como las supercuerdas o las membranas (campos cuánticos). Esta última supone que cada estructura del universo –materia, luz y radiación–, es el efecto de una vibración particular. Por lo tanto, subrayan, el universo debe ser polifónico y la tarea de los investigadores será descifrar el “cántico cuántico”. Dentro de cien años, la interpretación de un concierto para supercuerdas y membranas percutidas podría amenizar la larga travesía de los futuros colonizadores de Marte.
Vale la pena mencionar uno de los hallazgos importantes de Chandra, el telescopio espacial de rayos X: en 2003 detectó el sonido de la nota si bemol propagada por un agujero negro localizado en el cúmulo de galaxias de Perseo, a 250 millones de años luz. Es el sonido más bajo hasta ahora registrado, ya que su frecuencia lo ubica 57 octavas más abajo del do central de un piano.
FINALE
Los compositores, astrofísicos y cosmólogos apasionados por la música de las esferas no han querido “atrapar al infinito en la palma de la mano”, como escribiera el poeta William Blake, sino en CDS o bandas electromagnéticas para que, al escucharlas, los legos sintamos que somos lanzados a más de once kilómetros por segundo fuera de la atmósfera terrestre para reencontrarnos con nuestra madre estelar.
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